Cuando conté el descubrimiento de Neptuno, había un héroe y un pobre tipo. El héroe era Urbain Le Verrier, astrónomo del Observatorio de París, que le mandó a Johann Galle, de Berlín, la posición calculada del planeta conjetural. Galle lo encontró la misma noche que recibió la carta, gloria y loor honra sin par. Y el pobre tipo era John Couch Adams, del Observatorio de Cambridge, que también lo predijo, pero nadie le dio pelota. Leí recientemente más detalles sobre su vida, que quiero compartir aquí.
Resumo mínimamente la situación: después del descubrimiento casual de Urano en 1781, los astrónomos lo observaron minuciosamente para conocer su órbita. Para sorpresa de todos, durante 20 años se movió más rápido que lo que la ley de gravitación de Newton predecía. Luego se fue frenando, y durante otros 20 años se movió a la velocidad "correcta". Pero después, hacia 1820, ¡siguió frenándose cada vez más! ¿Qué pasaba con el séptimo planeta, primero descubierto en tiempos modernos? ¿Había algo mal con la gravedad de Newton? No: lo más razonable era que existiese otro planeta, más lejano, que tironeando de Urano lo hiciese acelerar a veces, y otras veces frenar. John Couch Adams, empezó a trabajar en el problema en 1841, cuando todavía era estudiante de la Universidad de Cambridge. Pretendía, dadas las posiciones de Urano, encontrar la masa y la posición del planeta ignoto. Es lo que se llama un problema inverso: dadas las consecuencias, encontrar las causas, y es algo generalmente muy difícil. A Couch Adams le llevó años de trabajo. Finalmente, en 1845-46, escribió seis cartas en rápida sucesión, enviadas al director del Observatorio de Cambridge, James Challis, y al Astrónomo Real, George Airy. Lamentablemente las cartas se contradecían unas a otras, porque Couch Adams fue descubriendo errores en sus cálculos y trató de corregir sus predicciones. Pero no eran taaaan distintas, y de hecho una de ellas era muy acertada, prediciendo la posición de Neptuno con un error de menos de 1 grado de la realidad (comparable a la famosa predicción de Le Verrier). Lamentablemente Challis era un incompetente, y parece que aunque observó el planeta en el telescopio, ¡lo confundió con una estrella! Airy ni siquiera observó.
Y finalmente llegó el día que es la pesadilla de cualquier científico: ¡el problema en el que había trabajado durante toda su carrera había sido resuelto por otro! El 31 de agosto de 1846 Le Verrier anunció al mundo que había calculado la posición del nuevo planeta, y el 23 de septiembre Galle confirmó que el planeta existía y estaba exactamente donde Le Verrier había predicho. Le Verrier se cubrió de gloria, y Couch Adams... de humildad. Los ingleses trataron de asignarle el co-descubrimiento, pero en noviembre mandó una carta a la Royal Astronomical Society:
«Mis resultados fueron independientes y previos a la publicación de Monsieur Le Verrier, pero no tengo intención de interferir con sus justos reclamos del honor del descubrimiento; no hay duda de que su publicación fue anterior, y que condujo al descubrimiento del planeta por el Dr. Galle. [Las fechas de mis trabajos no publicados] no pueden disminuir, ni en el mínimo grado, el crédito de M. Le Verrier.»La carrera de Couch Adams no se acabó allí. Hizo importantes contribuciones en la comprensión de las irregularidades de la órbita de la Luna. Pero lo mejor fue desencadenado por una casualidad: la tormenta de meteoros Leónidas de 1866. Couch Adams había visto una en 1833, cuando tenía 14 años, y había disparado su interés por la astronomía. Durante décadas la lluvia de Leónidas había sido normal. ¿Por qué el número de meteoros volvió a explotar en 1866? Se puso a pensar y dio con la explicación correcta. Propuso que los meteoros (las "estrellas fugaces") eran granos de polvo que entran a la atmósfera terrestre a gran velocidad y arden al chocar con el aire. Y que las conocidas "lluvias" ocurrían todos los años en el mismo lugar del cielo porque había nubecitas de polvo en órbita solar, que la Tierra encontraba periódicamente cada año en el mismo lugar de su propia órbita. Estas nubecitas estarían en órbitas elípticas, como los planetas, pero tendrían regiones más densas, responsables de las espectaculares "tormentas" que cada tanto ocurrían en lugar de las "lluvias", cuando la Tierra se las encontraba en el espacio.
Su experiencia en calcular órbitas le vino al pelo, y Couch Adams pudo calcular que debía existir un rastro de polvo en órbita elíptica con un período de 33.25 años, llegando más allá de Urano. ¡Una órbita como de un cometa! La órbita calculada resultaba idéntica a la del cometa Tempel-Tuttle, descubierto independientemente en 1866, el año de la gran tormenta. Fue el gran legado de la carrera de Couch Adams, ya que efectivamente explicó el mecanismo de las lluvias y las ocasionales tormentas de meteoros, que hoy en día se pueden calcular y predecir con enorme precisión.
En 1870 fue designado director del Observatorio de Cambridge, reemplazando a Challis. En 1881 le ofrecieron el más prestigioso cargo astronómico del imperio: Astrónomo Real, en reemplazo de Airy. Si hubiese aceptado, habría desplazado a los dos tipos responsables de que se le escapara por un pelo el descubrimiento de Neptuno. Pero prefirió quedarse en Cambridge, donde había vivido toda su vida, y donde siguió trabajando y cuidando de su barba hasta su muerte en 1892.
Le Verrier, mientras tanto, siguió calculando planetas imaginados con menos éxito que la primera vez, como ya hemos contado en el caso del fallido Vulcano.
Leí esta reivindicación de Couch Adams en el blog de Ethan Siegel, que reviso regularmente aunque no me cae muy simpático. De allí tomé algunas de las imágenes.