En breve ocurrirá un tránsito de Venus delante del Sol. Es un hecho raro, un mini-eclipse que puede verse desde la Tierra cada 125 años, en dos eventos separados por 8 años. En los siglos XVIII y XIX estos tránsitos fueron de gran interés porque permitieron medir el tamaño del sistema solar y establecer la unidad astronómica fundamental: la distancia entre la Tierra y el Sol. En el siglo XX no se produjo ninguno. Hoy en día son apenas una curiosidad. ¡Los astrónomos ya están viendo tránsitos de planetas anónimos delante de otras estrellas!
El tránsito anterior, en 2004, fue visible desde la Argentina mientras yo estaba en Estados Unidos. El próximo tránsito, el 5 de junio, ¡será visible desde Estados Unidos y yo estoy en la Argentina! Por una serie de afortunadas casualidades, sin embargo, podré viajar para verlo, y ya lo contaré aquí. Mientras tanto, quiero contar brevemente la historia de mi tocayo Guillermo Le Gentil, un astrónomo francés que vivió las mil y una para observar un tránsito de Venus en el siglo XVIII. Es un poco larga, pero no teman, que vale la pena.
Le Gentil
Guillermo José Jacinto Juan Bautista Le Gentil fue un destacado astrónomo francés de la época en que la astronomía vivía una tremenda expansión gracias al telescopio y a la mecánica newtoniana. Muchos conocerán la Nebulosa Laguna, por ejemplo, que fue descubierta por él. Halley (el del famoso cometa) había sugerido a principios del siglo aprovechar el tránsito de Venus en 1761 para medir la distancia entre la Tierra y el Sol, un problema que desvelaba a los astrónomos desde hacía siglos. Se requerirían mediciones cuidadosas desde distintos lugares de la Tierra, así que al acercarse la fecha se organizaron expediciones científicas para hacerlo. Algunas tuvieron éxito, otras no (siempre puede nublarse, crucemos los dedos...). La de Le Gentil fue la más desafortunada de todas.
El viaje de Le Gentil duró once años, y es seguramente la expedición astronómica más larga de la Historia. Hasta los futuros viajes a Marte probablemente durarán menos. En 1760 el Gobierno de Francia y la Academia le encargaron una de las expediciones francesas, con destino Pondicherry, una colonia francesa en la India. Le Gentil viajó alrededor de África dando la vuelta en el Cabo de Buena Esperanza (no existía el canal de Suez) y llegó a la isla de Mauricio en julio. Ya se habían extinguido los dodos.
En el Océano Índico
En Mauricio se enteró de que se había desatado una guerra entre Francia e Inglaterra, y que su pasaje asegurado con la East India Company no le valdría de nada. Además, empezaba el monzón y el viaje a Pondicherry obligaría a dar un largo rodeo. Como si fuera poco, enfermó de disentería y temió perderse cualquier barco que partiera. Hizo planes para ir a la isla de Rodrigues (cerca de Mauricio), donde iba a observar su colega el Abate Pingré. En eso llegó una fragata francesa con noticias de máxima importancia para la India (¡no había ningún tipo de telecomunicaciones!) y el Gobernador decidió despachar un buque. Le Gentil saltó a bordo sin pensarlo dos veces (llevaba 8 meses en Mauricio) y el 11 de marzo de 1761 zarparon, con la promesa de llegar a destino en dos meses.
Cerca del Ecuador encontraron vientos contrarios, tal como temían, que los desviaron de la ruta. Por cinco semanas dieron vueltas por el Océano Índico. Finalmente en mayo se aproximaron a la costa Malabar, sólo para descubrir que Pondicherry había caído en manos de los ingleses, y que no se les permitiría desembarcar. Para el estupor de Le Gentil el capitán decidió regresar a Mauricio, en vez de desembarcarlo en algún lugar seguro cercano (tocaron tierra en Ceilán, por ejemplo). Le Gentil no dejó de observar desde el barco. El 6 de junio, encontrándose en alta mar a 5° 45' de latitud sur, y a aproximadamente 87° 15' al este de París, con cielo despejado, observó el tránsito de Venus de principio a fin, desde el barco en movimiento. No es fácil imaginar la frustración que debe haber sentido, habiendo navegado al cuete miles de kilómetros durante un año. Sus observaciones, por supuesto, eran completamente inútiles desde un punto de vista científico.
Matando el tiempo
Le Gentil regresó a Mauricio y se quedó allí. Se quedó, se quedó y se fue quedando, determinado a regresar a Francia con algo de valor. Hizo numerosas expediciones para determinar latitud y longitud, hacer mapas, y todo tipo de observaciones naturalistas. Pasaron los años y en 1765 empezó a pensar en el siguiente tránsito de Venus, que se produciría en 1769. Ya que estaba en el Índico... Hizo cálculos y decidió ir a observarlo desde Manila.
En mayo de 1766 consiguió pasaje en un buque de guerra español con destino a Filipinas. Sorteando dificultades llegaron a Manila en agosto. Le encantó la ciudad, hizo buenas migas con la high society (peruanos, mexicanos y españoles) pero no le cayó bien al Gobernador, quien lo acusó de falsificar sus cartas de recomendación oficiales. A tal punto que decidió abandonar Filipinas y hacer un nuevo intento desde Pondicherry. Tras larga reflexión se embarcó nuevamente rumbo a la costa de Coromandel en febrero de 1768. ¡En poco más de un mes llegó finalmente a Pondicherry! El Gobernador (de apellido Law, pero no pude averiguar si era inglés...) lo recibió muy bien y mandó construirle un observatorio. ¡Una apoteosis! Era, en sus propias palabras, "la dulce paz que es el sustento de las musas".
La segunda oportunidad
Le Gentil se dedicó a su astronomía y a los estudios naturalistas y meteorológicos que había comenzado en Mauricio, complementados con el estudio de las creencias y la astronomía brahamánicas. Un equipo inglés de Madrás le mandó un excelente telescopio refractor acromático, el último grito de la tecnología, así que estaba chocho: el tiempo era perfecto, estaba en el lugar correcto y con los instrumentos adecuados. Venus se aproximaba inexorablemente a su encuentro con el Sol. Nada podía salir mal esta vez.
¿Nada? Después de un mes de cielos prístinos, Le Gentil se levantó temprano el 3 de junio de 1769, salió al balcón ¡y estaba nublado! ¡Completamente nublado! Desolado, Le Gentil se volvió a la cama. Con sólo escuchar el viento y el ruido del mar supo, con su experiencia de 8 años de meteorología índica, que no lo lograría. A lo largo del día el tiempo empeoró, volviéndose tormentoso. Al final del día la tormenta pasó, y el Sol poniente brilló al fin, en una burla macabra para el francés. No podía recobrarse de su estupor, por dos semanas no pudo escribir una línea en su diario, y cuando tomaba la pluma ésta se le caía de las manos. Para colmo le llegaron noticias de Manila, donde sus amigos peruanos y mexicanos habían observado el tránsito de Venus en todo su esplendor, y hasta tomado mediciones precisas. En fin, no le quedaba más que regresar a Francia, de una vez por todas.
Pero sus dificultades no habían terminado.
Un largo camino a casa
Primero enfermó gravemente, así que recién en marzo de 1770 pudo embarcar, todavía convaleciente. Una vez más desembarcó en la isla de Mauricio, donde trataron de convencerlo de hacer un viaje a Tahití, pero Le Gentil ya estaba hartándose de vagabundear cargando sus petates científicos. En noviembre volvió a embarcar y a dejar atrás Mauricio, creyendo que por última vez. Sin embargo, tras enfrentar huracanes y otros males, en enero fueron obligados a regresar a Mauricio, no habiendo podido dar la vuelta al Cabo. "Este molesto desastre me hizo perder toda esperanza", cuenta Le Gentil.
Recién en marzo del año siguiente una nave española proveniente de China lo embarcó y lo puso a salvo en Cádiz (no sin peripecias marítimas, por supuesto). El 8 de octubre de 1771, cruzando los Pirineos, volvió a poner pie en territorio francés después de 11 años, 6 meses y 13 días de ausencia. ¿Habían terminado sus desventuras? ¡Ay, no! Al llegar a su hogar en Normandía se encontró con que sus parientes, dándolo por muerto, ¡se habían repartido sus propiedades! No sólo eso, sino que su esposa, creyéndose viuda, ¡se había vuelto a casar! Para colmo, tras su larga ausencia, ¡lo habían exonerado de la Academia de Ciencias, a cuyo nombre había emprendido su expedición! Eso, sin mencionar las ocho grandes cajas de muestras y material coleccionado arduamente en sus viajes y que no llegaron a destino.
Algunos de estos entuertos se enderezaron: pudo recuperar parte de sus bienes tras una acción judicial que le costó una pequeña fortuna. Pudo recuperar su lugar en la Academia. Se volvió a casar y tuvo una hija. En los 21 años que vivió tras su regreso a Francia se dedicó a poner en orden sus diarios y publicar la memorias de su larga expedición: Viaje por los mares de la India, hecho por orden del Rey, en ocasión del tránsito de Venus delante del disco del Sol el 6 de junio de 1761 y el 3 del mismo mes de 1769. Murió en octubre de 1792, a los 67 años de edad, habiendo batido todo récord de persistencia astronómica.
Venus volvió a pasar frente al Sol el 8 de diciembre de 1874, el 6 de diciembre de 1882, y el 8 de junio de 2004. El próximo tránsito será el 5 de junio de 2012, dentro de UN MES. Si están en el norte de Sudamérica, en Norteamérica (en México, por ejemplo, de donde vienen muchos de mis lectores), o en el Pacífico, en Asia u Oceanía, hasta en África, no se lo pierdan. Prácticamente desde todo el mundo excepto desde Sudamérica, el Atlántico y el oeste de África, algo del tránsito será visible. Busquen en Google y encontrarán mapas y horarios.
La historia de Le Gentil está contada en muchos lados. A mí la que más me gustó fue la de Helen Sawyer Hogg, publicada en su columna Out of Old Books en la revista de la Royal Society of Canada en 1951. Hay una novela de Jean-Pierre Luminet sobre el tránsito de 1761, Cita con Venus, pero no he podido conseguirla. Me gusta mucho Luminet, y lamento que no hayan editado sus libros más recientes en español.
Pregunta para espíritus curiosos: ¿Por qué la posición desde la cual Le Gentil observó el tránsito de Venus desde el mar en 1761 tiene una latitud exacta pero una longitud aproximada? ¿Eh?
La foto del tránsito de 2004 es de Wikipedia, autoría de Jan Herold (GFDL).
Respuesta a la pregunta:
ResponderEliminarPara medir la latitud sólo necesitamos conocer el ángulo a la estrella polar. Con un sextante se puede hacer fácilmente.
Pero para la longitud necesitamos relojes muy precisos, algo que era difícil de encontrar en esas épocas, sobre todo encima de un barco!
Es fascinante pensar que algo que llevamos hoy en la muñeca todo el tiempo, le podría haber salvado la observación al pobre Le Gentil :P
Excelente respuesta, Don Rodrigo! Es asi. Algun dia contare la historia del problema de la longitud.
EliminarHay que leer La Isla del Día Anterior de Umberto Eco
EliminarQué historia interesante Guillermo. Gracias por compartir tus conocimientos y esperaré tus próximas notas con respecto a este "mimo" que próximamente se harán Venus y el sol.
ResponderEliminarTe mando un abrazo y siempre, gracias.
Carolina