12/02/2010

Ameghino en la Luna

En la Luna hay un cráter que lleva el nombre de Ameghino, el famoso paleontólogo argentino de fines del siglo XIX, Florentino Ameghino. Es un cráter pequeño —de unos 10 km de diámetro—, cerca del Ecuador y del limbo oriental de la Luna, un poco al sur del Mar de las Crisis (¡pero justo al norte de la Bahía del Éxito!). Como formación geológica es poco interesante pero claro, llevando el nombre de un argentino me llamó la atención. En esta foto es el cráter grande que se ve arriba y al centro (click para entrar en órbita lunar).

A mediados de 2003 observé que en las bases de datos de la toponimia de la Luna el cráter Ameghino contenía la descripción incorrecta de Florentino Ameghino, mencionándolo como científico italiano. Como científico argentino y como astrónomo aficionado me pareció lamentable esta desinformación. El hecho de que la Unión Astronómica Internacional decidiera honrar a Ameghino con un cráter en la Luna, en cierta manera, honraba a la ciencia argentina toda. Además, algunos de los mejores recuerdos de mi infancia son del Museo Bernardino Rivadavia (en Parque Centenario) y allí me había hecho fan de Ameghino. Así que me dispuse a desfacer el entuerto.

La nomenclatura del sistema solar es complicada. La Unión Astronómica Internacional es la responsable última de toda la toponimia extraterrestre, y ejerce esta acción a través de un comité llamado Grupo de Trabajo de Nomenclatura del Sistema Solar. A lo largo del siglo XX, con la continua exploración de muchísimos cuerpos mayores y menores de nuestro sistema, la tarea de catalogar y mantener un sistema unificado de toponimia se hizo enorme. Actualmente existen Grupos de Tareas especializados para cada cuerpo celeste. Y la nomenclatura consolidada se mantiene en una publicación mantenida por el Servicio Geológico de los Estados Unidos: la Gaceta de Nomenclatura Planetaria. Todo esto parece una banalidad poco científica, pero la toponimia cumple ni más ni menos que el mismo rol que cumple en la Tierra: los accidentes geográficos tienen que tener un nombre. Nadie puede preferir decir "el volcán que se encuentra a 11 grados de latitud norte, 255 grados de longitud este, en el cuarto planeta a partir de la estrella", en lugar de decir "el Monte Ascraeus en Marte". Es así de simple.

Hay que decir que la nomenclatura elegida por la UAI no deja de ser simpática. Existen reglas para asignar los nombres. Por ejemplo, los volcanes activos del tumultuoso Io, satélite de Júpiter, reciben nombres de dioses y héroes relacionados con el fuego y el trueno. Los accidentes de Encélado, satélite de Saturno, nombres de personajes de Las Mil y Una Noches (en la versión de Sir Richard Burton). Los valles de Mercurio, de famosos radiotelescopios. Y así por el estilo.

Y los cráteres de la Luna reciben nombres de "científicos, estudiosos, artistas y exploradores fallecidos, que hayan hecho contribuciones extraordinarias o fundamentales en sus respectivos campos". ¡Cómo no iba a estar Ameghino!

Imaginando que iba a tener que mover hilos institucionales para lograr mi objetivo le escribí al Prof. Edgardo Romero, director del Museo de La Plata Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia. Ameghino había sido destacado subdirector del Museo de La Plata, al cual había donado toda su colección de fósiles, durante la dirección vitalicia del Perito Moreno. Me parecía natural que el Museo quisiera respaldarme "oficialmente" para iniciar los trámites que, suponía, requeriría la apelación del origen de Ameghino ante la UAI. En mi carta explicaba los hechos, mencionando que si bien una minoría de biógrafos —a la que por alguna razón la UAI parecía haber creído— sostenía que Florentino era italiano, toda su vida, su educación, y su tarea científica se desarrollaron en la Argentina, y el mismo Ameghino, y toda su familia, sus colegas y sus amigos, lo consideraban argentino. Es casi indudable que Florentino nació en Luján, y muy probablemente a la Iglesia no le hacía mucha gracia que el destacado Darwinista tuviera su cuna en el centro neurálgico del catolicismo argentino, por entonces anti-evolucionista, y poderosos lobbistas habrán alentado una biografía alternativa.

Nunca recibí respuesta.

Decidido a rectificar el equívoco, tomé la decisión de hacerlo por mi cuenta. Escribí a la responsable de la Gazeteer of Planetary Nomenclature, una tal Jennifer Blue, tal como aparecía en la información de contacto de la página web. ¿Silencio de radio, como con el Museo de La Plata? Nada de eso. La señora Blue me contestó al día siguiente, agradeciendo el dato (que había verificado de inmediato en la Enciclopedia Britannica), e informándome que se lo había transmitido al Jefe del Lunar Task Group y a un experto en nomenclatura lunar. ¿Qué tal? Unas semanas más tarde, la base de datos de la Gazeteer reflejaba el cambio, citando a Ameghino como paleontólogo y antropólogo argentino. El lujanense se unió finalmente al reducido pero distinguido grupo de argentinos en la Luna: los astrónomos Jorge Bobone, Bernhard Dawson (¡ja, éste nacido en Estados Unidos!) y Carlos Segers.

Los nombres de los objetos astronómicos trascienden la duración de civilizaciones: los nombres de las constelaciones tienen su origen en la astronomía de Babilonia. Es lícito suponer que la toponimia
actual seguirá vigente dentro de miles de años. Ameghino, que está situado cerca del Ecuador lunar, es fácilmente accesible desde la Tierra. ¡Tal vez sea un lugar turístico por entonces!

4 comentarios:

  1. Guille, EXCELENTE tràmite. Se lo reenviaste a La Plata a Edgardo Romero ?

    Un abrazo.

    Luichi

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  2. Ja, no, no le volví a escribir. Ni me contestó la primera vez... Cumplí mi objetivo de rectificar la nacionalidad de Ameghino, eso es suficiente.

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  3. me parece que edgardo romero no es director del museo de la plata, sino del museo argentino de ciencias naturales de buenos aires.

    http://www.macn.secyt.gov.ar/cont_ElMuseo/em_au_eromero.php

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  4. Gracias por el dato, Hernán. Los eventos que describo son del año 2003, y mi memoria me traicionó. He revisado la correspondencia (que conservo) y me dirigí al Prof. Romero, del Museo Bernardino Rivadavia. He corregido el texto (dejando tachado mi error original. Pero no importa. Lo importante es que se rectificó la cartografía.

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