20/04/2024

El descubrimiento

La nueva evidencia de la existencia de una estrella de neutrones en medio de los restos de la supernova SN 1987A me hizo recordar que había leído algo lindo sobre su descubrimiento, que alguna vez quise contar y se me fue pasando. 

El norte de Chile es ideal para la astronomía porque es árido y desértico, con aire muy seco, de poca turbulencia y nubosidad. Hoy en día alberga muchos de los mejores y más grandes telescopios del mundo. Hace 40 años no había tantos ni tan grandes, pero a unos 100 km de La Serena ya estaba el Observatorio Las Campanas del Instituto Carnegie, heredero del glorioso Monte Wilson, donde Edwin Hubble había revolucionado la astronomía 60 años antes. Hoy alberga, entre otros, el Telescopio Magellan, formado por dos instrumentos gemelos de 6.5 m, el Telescopio du Pont, de 2.5 m, y el Telescopio Swope, con un espejo de 1 metro de diámetro, que fue el primero que tuvo el observatorio. Y está en construcción el Giant Magellan Telescope, de 25 metros, un monstruo de la nueva generación de telescopios extremadamente grandes.

La noche del lunes 23 de febrero de 1987 el cielo estaba despejado. En el telescopio de 1 m estaban Barry Madore, de la Universidad de Toronto y Robert Jedrzejewski, del Space Telescope Science Institute de Baltimore. El operador era Oscar Duhalde, un ingeniero chileno que conocía el complejo instrumento para adelante y para atrás. Los astrónomos apenas conocen los telescopios, ya que los usan unos pocos días al año (hoy en día ni eso: se quedan en sus oficinas y los usan de manera remota). Los operadores como Oscar son los verdaderos pilotos de las naves que nos hacen viajar a las estrellas, aunque sea con la imaginación. La del 23 de febrero era una noche de rutina: Madore y Jedrzejewski pedían una estrella, Duhalde movía el aparato, y esperaban que los fotones se depositaran en el "moderno" sensor electrónico. Pasada la medianoche Oscar se levantó para estirar las piernas. Sonaba un cassette de Talking Heads. Fue a la cocina a prepararse un café. Mientras esperaba salió del domo para ver un poco el cielo. La puerta daba al sur. A su izquierda se alzaba la Vía Láctea austral, a su frente nuestras dos galaxias satélites, las Nubes de Magallanes, y Canopus en lo alto. Como de costumbre, Oscar revisó 30 Doradus en la Nube Mayor, que se ve como una estrella al límite de la visibilidad. Es en realidad la Nebulosa Tarántula, la gigantesca región de formación estelar que hemos comentado tantas veces. Sabía que, si le costaba distinguirla, entonces había bruma. Esa noche, a las 00:48 (ya día 24), Oscar Duhalde podía ver con toda claridad 30 Doradus. Era una noche perfecta para la astronomía. Vio algo así:


Y allí, un poquito por debajo de 30 Doradus, vio una estrella de cuarta o quinta magnitud, más brillante que cualquier otra cosa en la Nube de Magallanes. Una estrella que nunca había visto, en las muchas noches que había disfrutado del oscuro cielo del Norte Chico chileno.

Oscar volvió a la cocina, terminó de preparar el café y fue a buscar a los astrónomos, dispuesto a contarles lo que había visto. Se daba cuenta de que era algo notable e inusual, y le daba curiosidad saber de qué se trataba. Pero cuando llegó a la consola ya había que apuntar a otra estrella, se distrajo, y no contó nada. Siguieron trabajando por varias horas. Durante un buen rato, sin saberlo, Oscar fue el primer ser humano, en 383 años, en ver una supernova con sus propios ojos. 

Unos minutos antes de que Oscar saliera del domo y descubriera la supernova SN 1987A, el estudiante de posgrado Ian Shelton, astrónomo residente del observatorio, empezó a tomar una exposición larga de la Nube Mayor de Magallanes con un telescopio mucho más modesto que estaba en desuso desde hacía 10 años, un astrógrafo de 25 cm (que se ve detrás de él en esta foto). Shelton había convencido al director de Las Campanas, Bill Kunkel, para que le permitiera usarlo en tiempo libre para patrullar la Nube de Magallanes en busca de estrellas variables y novas clásicas. Era un instrumento viejo, que Shelton tenía que guiar a mano, mirando fijamente por un ocular reticulado para hacer correcciones del movimiento y mantener las estrellas bien quietas durante las exposiciones en placas de vidrio. Es un trabajo tedioso y físicamente extenuante, doy fe. La noche del 23 era la tercera, y las dos primeras no habían sido buenas, las estrellas le habían salido un poquito movidas. Empezó antes de la medianoche y unas 3 horas después, cuando una ráfaga de viento le cerró el techo corredizo, paró. Era tarde, pero Shelton quería asegurarse de que esta vez tenía una buena foto, así que fue al cuarto oscuro y reveló la placa. Lo que vio le gustó: las estrellas estaban perfectamente expuestas de borde a borde del vidrio. Pero algo le llamó la atención y por un momento creyó que de nuevo la había embarrado: junto a la Tarántula había una gran mancha negra (las placas son fotos en negativo). ¿Sería un defecto de la placa? ¿La había arruinado al manipularla en la oscuridad, sin querer? No, era indudablemente una estrella, una estrella más brillante que cualquier cosa de la Nube de Magallanes. Revisó la foto de la noche anterior y la estrella no estaba allí. Recién ahí se le ocurrió salir a mirar. Como Oscar, Ian salió al frío de la montaña y vio con sus propios ojos una supernova. Fue el primer ser humano en ver una supernova en más o menos una hora: Oscar ya la había visto antes.

Shelton agarró sus placas de vidrio y corrió (en la oscuridad de la cima de la montaña) al telescopio Swope para compartirlo con los demás. Les contó lo que había encontrado en la Nube de Magallanes. Madore dijo sin dudarlo: "Supernova", y agregó: "¿me estás cargando?" "No... si yo también la vi cuando fui a hacer el café", dijo Oscar. Salieron todos a ver. Una estrella de quinta magnitud no es algo que te quita el aliento. No se veía como una supernova en un documental de Discovery Channel. Para decirlo técnicamente: era una estrellita de morondanga. Pero si estaba realmente en la Nube Mayor de Magallanes, a 160 mil años luz de distancia, era sin duda una supernova, la más brillante desde la que había visto Kepler en 1604. Y Shelton la tenía fotografiada. 

Ya estaba oscureciendo en Australia y Nueva Zelanda, donde hordas de astrónomos, profesionales y aficionados, no tardarían en notarla. Tenían que apurarse para asegurarse la prioridad del descubrimiento. Madore empezó a llamar por teléfono a Brian Marsden, del Bureau Central de Telegramas Astronómicos en Cambridge, Massachusetts. "No cae un árbol en el bosque, hasta que Brian dice que cae", decían los astrónomos. ¡Pero Brian no atendía! Finalmente, le encargaron a otro operador, Ángel Guerra, que estaba por irse en auto a La Serena, que le avisara a Kunkel, el director. Guerra manejó los 100 km, despertó a Kunkel, pasó el mensaje, y Kunkel mandó un télex a Marsden, que lo recibió a la 9 de la mañana del 24. Éste: 

¡En el mensaje no está el nombre de Duhalde! En minutos la oficina de Marsden empezó a inundarse de mensajes de la supernova, provenientes de Australia y Nueva Zelanda, antes de que pudiera mandar el telegrama oficial del descubrimiento. A las 10 Marsden hizo el anuncio:

Acá sí aparece Oscar Duhalde como codescubridor (Marsden debe haber llamado a Las Campanas, o finalmente atendió las insistentes llamadas de Madore, no sé). A continuación, se reconoce también a Albert Jones, de Nueva Zelanda, quien la observó algunos minutos después, y a otros observadores de las primeras horas. Entre ellos Robert McNaught, de cometaria fama, que había fotografiado la supernova varias veces, incluso la noche anterior cuando brillaba a magnitud 6, pero no había revelado el film.

SN 1987A es la supernova más estudiada de la historia y casi 40 años después todavía no hemos terminado de desentrañar sus misterios. Shelton volvió a Canadá, donde terminó su maestría y su doctorado, e hizo una carrera como astrónomo en varios observatorios del mundo. Duhalde trabajó toda su vida en Las Campanas, y se jubiló hace poco, tras 43 años de operar sus telescopios. Tuvieron la suerte de ser los primeros, pero todos los que estábamos interesados en la astronomía vimos con nuestros propios ojos, durante meses, esa lucecita que había iniciado su viaje 160 mil años antes, y que nos llegó cuando Talking Heads ya había sacado siete de sus ocho discos. Ese puntito de luz era la descomunal explosión de una estrella, uno de esos raros pero imprescindibles eventos que siembran de elementos pesados el medio interestelar, a partir de los cuales se forman las nuevas generaciones de estrellas, con sus planetas, sus lunas, sus cometas y, eventualmente, sus gentes.

 


El libro donde leí este relato (casi literal) es The supernova story, de Laurence Marschall. De allí están tomadas las fotos. 

Las ilustraciones del cielo están hechas con Stellarium, usando un paisaje del Telescopio Swope que tomé de Google Street View. En Stellarium la magnitud de la supernova está exagerada porque el plugin de supernovas históricas usa un cálculo automático; tuve que hacer alguna manipulación para que no resultara más brillante que lo que realmente fue en la noche de su descubrimiento.

En Wikipedia la data del descubrimiento estaba mal reportada: decía que fue el día 24 a las 23:00 UTC. Como se ve en el telegrama, la fecha reportada es 24.23 UT. Es un formato decimal: 0.23 días son las 5 horas y media UT, 1 y media hora local en Las Campanas. Fue en la noche del 23 al 24, no en la siguiente. Ya lo corregí, espero que quede.

Hay una interesante conferencia de prensa con Ian Shelton en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=1GLAvXqSzos. Es de junio de 1987, cuando regresó a Canadá, y Talking Heads todavía no había sacado su último disco.

3 comentarios:

  1. David Batista20/4/24 11:30

    Guillermo: Leí esta entrada con una enorme emoción, tan notable que me remitió a la emoción que sentí, de chico, cuando leí la epopeya de la llegada al polo sur de Amundsen y Scott y el trágico regreso de éste. Muchas gracias por tus letras (llegar primero al polo sur...ser el primero en ver una supernova en 383 años...paralelismo extraño, pero¡en fin!)

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    1. Gracias por el comentario y por el recuerdo. Yo también leí de chico la epopeya de Amundsen y Scott. ¡Y la extraordinaria desventura de Shackleton!

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  2. Hola Guillermo! Hermosa historia! Gracias por compartirla.

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