30/08/2025

Luna negra, ¡no existís!

Apareció una nueva idiotez astronómica: la luna negra. De pronto, los medios masivos empezaron a anunciar con ese nombre un supuesto fenómeno imperdible, que ocurriría el 23 de agosto. Se trató, como tantas otras veces, de algo sacado de la galera mediática, con el único propósito de atraer tráfico. A diferencia de otros inventos parecidos, este es una estupidez total: no es más que la luna nueva, que ocurre todos los meses. En un medio (que no voy a nombrar ni linkear) se valoraba su importancia porque esa noche sería especialmente oscura. Sí, claro: igual de oscura que en todas las lunas nuevas. En todas las notas (no voy a linkearlas, no), se destacaba que era algo tan notable que valía la pena verla. A continuación, por supuesto, se señalaba que no era posible verla, porque la luna nueva ocurre muy cerca del Sol, cuyo resplandor la vuelve invisible. Mirá que gracioso. 

Por suerte existe En el Cielo las Estrellas. No sólo para desenmascarar estos "no fenómenos", sino para mostrarlos. ¿Querés ver la "luna negra"? Acá está:

Esta secuencia de imágenes fue tomada por uno de los satélites meteorológicos de última generación, el GOES-19. Además de toda una batería de instrumentos de observación de la Tierra (como todos los GOES), éste lleva un pequeño coronógrafo: un instrumento capaz de producir un eclipse artificial, ocultando con esa paletita que vemos en silueta la parte brillante del Sol para mostrar su tenue atmósfera, llamada corona. Casi todos los coronógrafos espaciales se ubican en posiciones privilegiadas para tener el Sol siempre a la vista: en el Punto de Lagrange L1 (es el caso de SOHO), o directamente en órbita solar (como STEREO A). GOES-19 está en órbita geoestacionaria, a 35 mil kilómetros de altura. Desde su punto de vista, no sólo ve pasar la luna nueva en su campo visual, como se ve en la animación, sino que en ocasiones se cuela la Tierra misma y abruma la sensibilidad de la cámara, como también se ve en el videíto. Además, como el satélite se mueve bastante rápido, se ve la Luna describir ese raro arco, que corresponde más bien a la órbita del satélite, que a la de la Luna. Como el satélite no está en la superficie, esta "luna negra" durante el máximo acercamiento al Sol no coincide exactamente con la fase de luna nueva (que fue algunas horas antes): 

Esta luna se ve bien negra, en silueta contra la corona solar. Pero la proximidad de la Tierra produce, a veces, otro efecto bien conocido: la luz cenicienta, que es la iluminación del lado oscuro de la Luna por el brillo de la Tierra:

La luz cenicienta es muy tenue, pero aquí se ve tan brillante que parece una luna llena. Esto se debe a que la cámara está preparada para observar la corona solar, que también es muy tenue. Normalmente no podemos ver la luz cenicienta durante la luna nueva, excepto durante un eclipse solar total. Aún así, estamos tan fascinados por el eclipse que nadie le presta atención a la luz cenicienta:


 Luna negra: ¡no existís!

 


Las imágenes del CCOR-1 son de NOAA

23/08/2025

La aurora de Cook

Antes de que el Sol se sumerja en la inactividad, y mientras todavía recordamos las auroras extraordinarias del año pasado, repasemos otro evento similar. En 1769, la expedición científica del Capitán James Cook, al mando del HMS Endeavour, observó el tránsito de Venus desde Tahití. Fue una de las muchas expediciones científicas desplegadas para observar el evento desde distintas partes del mundo y medir, con precisión, la distancia de la Tierra al Sol. El lugar era un paraíso (entre otras cosas, los ingleses vieron por primera vez gente surfeando, un invento de los tahitianos), y no se querían ir. Pero no podían quedarse para siempre, y zarparon. Primero visitaron Nueva Zelanda, circunnavegaron las islas principales, tuvieron entredichos con los maoríes, y siguieron camino. A continuación descubrieron Australia. Para los británicos, porque cincuenta mil años antes ya la habían descubierto los antepasados de los australianos, y tanto holandeses como españoles habían visitado distintos puntos en el siglo XVII. Navegando las peligrosas aguas de la Gran Barrera de Coral el Endeavour tocó fondo y se abrió una enorme vía. Tuvieron que encallar en una playa y tardaron dos meses en reparar el casco. Para entonces, muchos tripulantes sufrían de enfermedades tropicales, desnutrición y agotamiento. Y ahí les cayó la tormenta geomagnética.

Fue el 16 de septiembre de 1770, mientras navegaban cerca de la isla de Timor, a 9.9° de latitud sur, cuando aparecieron auroras en el cielo nocturno. El naturalista de la expedición, Joseph Banks, tomó nota en su bitácora, aunque sin estar seguro de lo que había observado. Auroras a 10 grados de latitud era algo completamente inesperado. Pero eran auroras, y formaron parte de un evento extraordinario, bien documentado, en el cual se vieron auroras durante 9 días en China, Japón y el sudeste asiático. Este es un dibujo de Nagoya, a 35 grados de latitud norte:

Las auroras se producen por impacto del viento solar contra las capas superiores de la atmósfera terrestre, generalmente en regiones polares. Son particularmente intensas, y se extienden hasta latitudes menores, cuando impacta contra la Tierra una eyección de masa coronal. Estas son grandes erupciones de materia y energía, que se originan en las regiones magnéticamente activas del Sol, generalmente asociadas a grandes manchas solares. En los días de la aurora de Cook había manchas enormes en el Sol, como se ve en estos dibujos de los días 14 y 16 de septiembre:

De ese gran grupo de manchas, seguramente, surgió una eyección de masa coronal que causó una tormenta geomagnética al chocar con el campo magnético terrestre, y las consiguientes auroras extraordinarias.

¿Qué tan intensa fue la tormenta geomagnética que permitió ver auroras en regiones ecuatoriales? En el siglo XVIII no existían los magnetómetros, que fueron inventados en el siglo XIX, así que cuantificar estas tormentas antiguas es un problema. Pero en un artículo reciente calibraron un modelo matemático con datos de magnetómetros y observación de auroras, analizando 54 tormentas geomagnéticas entre 1859 y 2005, y lograron estimar la intensidad de tormentas históricas en base a los testimonios visuales. 

Entre otras cosas, parece que la tormenta de Cook fue similar al famoso Evento de Carrington de 1859, la tormenta geomagnética más intensa jamás registrada, que no tuvo mayores consecuencias porque la tecnología eléctrica estaba en pañales. Hoy en día sería un desastre. Los autores incluso encontraron una tormenta muy intensa un par de días antes del Evento de Carrington. Fue el 28 de agosto, domingo, y como los magnetómetros eran aparatos manuales, en ningún observatorio lo registraron. Pero se vieron auroras en La Habana, a 23 grados de latitud. 

Por suerte para Cook y su tripulación, en esa época no usaban radio ni GPS para navegar. En un barco moderno, un evento similar sería un gran problema. Los problemas de Cook eran de otro tipo, y ya sabemos cómo terminó, cocinado

 


El dibujo de auroras en Japón, y los de las manchas solares, son de:  Hayakawa et al., Long-lasting extreme magnetic storm activities in 1770 found in historical documents, ApJ Lett. 850:L31 (2017).

El mapa con las auroras observadas es de Love et al., What is the lowest latitude of discrete aurorae during superstorms?, Space Weather 23:e2024SW004286 (2025).

16/08/2025

Todos los metros el metro

Se me pasó este aniversario redondo, pero vamos a recordarlo antes de que termine el año. El 20 de mayo de 2025 se cumplieron 150 años de la Convención del Metro. ¡Que los cumplas feliz, metro querido!

La Convención del Metro creó la Oficina Internacional de Pesas y Medidas, con el propósito de ayudar a establecer estándares internacionales de medición, principalmente para facilitar el comercio internacional en una época en que ya se perfilaba la "globalización". La conferencia se celebró en París y fue firmada por 17 naciones: Alemania, Argentina, Austria-Hungría, Bélgica, Brasil, Dinamarca, España, Estados Unidos, Francia, el Imperio Otomano, Italia, Perú, Portugal, Rusia, Suecia y Noruega, Suiza, y Venezuela. El representante argentino fue el Dr. Mariano Balcarce, yerno de San Martín. Nótese la participación de Estados Unidos, un país donde, 150 años después, el uso del metro está muy limitado.

El metro no se inventó de la nada. Como ya contamos, el hecho aparentemente casual de que pi al cuadrado sea casi exactamente la aceleración de la gravedad en metros por segundo al cuadrado (pi2 = 9.8... y g = 9.8... m/s2) está relacionado con su origen. En el siglo XVII, cuando se inventó el reloj de péndulo, los físicos observaron que un péndulo de unas 39 pulgadas batía cada segundo. El segundo (una fracción del día) era una unidad natural para medir el tiempo, y se la abrazó de manera uniforme en todos los países. Pero la unidad de longitud siempre fue un problema, porque en cada ciudad, con suerte en cada reino, se definía la propia, basada en alguna parte del cuerpo de algún señor poderoso. El péndulo del segundo, como se lo llamó, era una oportunidad ideal para definir una unidad de longitudes universal. Uno de los científicos que estudió la dinámica del péndulo del segundo fue el italiano Tito Livio Buratini, que sugirió formalmente su adopción, e inventó la palabra metro. 

Muchas sociedades científicas apoyaron la idea, pero no se llegó a un consenso, especialmente porque se descubrió que la Tierra está achatada en los polos, de manera que la aceleración de la gravedad depende del sitio, lo cual dificultaba el uso universal del péndulo del segundo. Pasaron cien años y llegó la Revolución Francesa, decidida a acabar con el orden antiguo para bien de la humanidad, lo cual incluía la definición de un metro que pudieran ofrecer "para todos los hombres y todos los tiempos". Ya que la Tierra conspiraba en contra del uso del péndulo, usarían la Tierra misma. Se le encargó a los astrónomos Jean-Baptiste Delambre y Pierre Méchain medir un arco de meridiano de París, desde Dunquerque hasta Barcelona (no fue fácil, fue justo cuando se desató el Terror). Se extrapoló el resultado a meridiano entero, y se definió el metro como la diezmillonésima parte de un cuarto del meridiano de París.

Por supuesto, esta definición tampoco servía para universalizar la unidad. ¡Cada país quiso usar su propio meridiano! (Poco después se midió el de Greenwich, que hoy usamos para establecer el cero de las longitudes.) Pero el metro había ido ganando apoyo durante el siglo XIX, así que hacia 1870 se decidió usar un patrón. Se formó un comité permanente en París, que fue presidido por un militar y geodesta español, con el improbable nombre de Carlos Ibáñez e Ibáñez de Ibero. Perfeccionaron la técnica al límite de las posibilidades de la época, y construyeron un patrón en forma de un lingote de 90% platino, 10% iridio, con perfil en X, y con dos marquitas en la cara superior. Con el empuje del General Ibáñez e Ibáñez de Ibero se organizó la Convención de 1875, donde se estableció el metro patrón como unidad fundamental para medir longitudes. Fue el comienzo de lo que hoy llamamos Sistema Internacional de unidades.

La definición del metro en base a un patrón tampoco es universal. Cada país tenía que ir a París para hacer una copia, lo más exacta posible, y llevársela a sus oficinas nacionales, donde se hacían copias sucesivas. Mientras los requerimientos de precisión lo permitieron, esto fue lo que se hizo. Hubo incluso Premios Nobel otorgados por el desarrollo de técnicas que permitieran la comparación de los patrones. Finalmente, en 1960, se abandonó el patrón basado en un artefacto, y se lo cambió por algo que parece más complicado, pero que es mucho más fácil de implementar en cualquier laboratorio de física, y da el mismo resultado en cualquier parte del mundo, sin necesidad de fabricar copias. Se estableció que el metro era la longitud de 1 650 763.73 longitudes de onda de la radición que emite, en vacío, la transición electrónica entre los niveles 2p10 y 5d5 del átomo de kriptón-86.

Pobrecito el kriptón, el desarrollo del láser en esos años reveló que esa línea espectral no permitía satisfacer los requisitos de precisión de la nueva era. Al kriptón le pusieron kriptonita verde, y los metrólogos empezaron a buscar alternativas. La electrónica era ya suficientemente rápida como para medir con precisión frecuencias en el rango de los terahertz, que corresponden a las microondas, con longitudes de onda de centímetros, fácilmente medibles. Surgió entonces la idea de volver a los orígenes, y definir el metro combinando una longitud con un tiempo. Pero hay una combinación de longitud y tiempo más natural que la construcción de un péndulo: la velocidad, longitud dividido tiempo. Y hay una velocidad realmente universal: la velocidad de la luz en el vacío. Así que en 1975 se estableció que la velocidad de la luz es exactamente  299 792 458 metros por segundo, lo cual define el metro (dado el segundo, como Francia): el metro pasó a ser la distancia que recorre la luz en el vacío en 1 / 299 792 458 segundos. Tomá mate. Yo me enteré recién once años después, cuando ingresé al Balseiro. Recuerdo haber ido a buscar los papers, para asegurarme de que no me estaban bolaceando (no había google, obvio).

La definición del segundo siguió atada a un artefacto (la Tierra) hasta 1967, cuando se lo redefinió también en términos de una línea espectral, en este caso del cesio-133. Así que la definición del metro actualmente no está atada a ningún artefacto. En la Convención del Metro se estableció también el patrón del kilogramo como unidad de masa, usando un bloquecito de platino-iridio que guardaron bajo siete llaves (bueno, bajo tres campanas de vidrio). Esta convención duró mucho más tiempo que la del metro, aunque estaba plagada de las mismas dificultades de universalidad. Se la cambió recién en 2019, cuando se definieron de manera exacta otras constantes universales. Entre ellas, la constante de Planck, que junto con la velocidad de la luz y la línea espectral del cesio, permite definir el kilo independientemente de cualquier artefacto. 

¡Feliz cumpleaños, viejo metro! 

09/08/2025

Encuentro cercano

Cuando se descubrió que las galaxias estaban alejándose de nosotros, había excepciones. La más notable era nada menos que M31, la galaxia de Andrómeda, cuyas líneas espectrales no se muestran corridas hacia el rojo, sino hacia el azul, delatando que está acercándose. Durante muchísimo tiempo se sospechó que, en algún futuro lejano, terminaría chocando con la Vía Láctea, produciendo un descomunal evento de creación de nuevas estrellas, como vemos en colisiones similares. Recién en 2013, usando varios años de observaciones con el Telescopio Espacial Hubble, se pudo determinar con suficiente precisión el movimiento, y resultó que efectivamente M31 está en curso de colisión, apuntando directamente hacia el centro de la Vía Láctea. Los autores lo dicen en el abstract de su artículo, usando itálicas para destacarlo del resto del texto (lo cual es una rareza):

«Hence, the velocity vector of M31 is statistically consistent with a radial (head-on collision) orbit toward the Milky Way.»

(Por lo tanto, el vector velocidad de M31 es estadísticamente consistente con una órbita radial (de colisión frontal) hacia la Vía Láctea.) 


A la pucha, qué miedito. Por suerte es algo que no va a pasar hasta dentro de 4 mil millones de años. O no iba a pasar. Porque un nuevo trabajo afirma que la predicción de una colisión era prematura, y que las dos galaxias no van a chocar. ¿Entonces?

Es un problema complicado, naturalmente. No sólo participan las dos galaxias, que son sistemas formados por muchísimos cuerpos individuales, sino el resto de las galaxias del Grupo Local: las satélites y la otra galaxia grande, M33. En el trabajo de 2013, los autores tuvieron en cuenta el movimiento de las satélites de M31, pero no las de la Vía Láctea. Los autores del nuevo trabajo tienen en cuenta los nuevos datos de posiciones y movimientos estelares de Gaia DR3 y adicionalmente, nuestras satélites y M33. La conclusión es interesante: como la Nube Mayor de Magallanes tiene una órbita casi perpendicular a la trayectoria de aproximación de M31, y como es una galaxia grandecita, el tironeo "de costado" que le produce a la Vía Láctea es suficiente para evitar la colisión. M33 también juega un rol, pero menor. Estamos salvados.

¿Estamos salvados? Aunque no se produzca la colisión, la aproximación será muy cercana (¿el periapsis de dos galaxias se llamará "perigalácticon"?). Como se ve en la figura de arriba (derecha), esto ocurrirá incluso más tarde que lo que se pensaba, allá por los 6 mil millones de años (aunque algunos escenarios lo siguen dando a 4000 millones). Es seguro que ambas galaxias resultarán distorsionadas por el encuentro cercano, y que las fuerzas de marea producirán "colas" alejándose del disco actual. Luego habrá más aproximaciones sucesivas, como en una órbita, pero afirman que no habrá colisión en los próximos 10 mil millones de años (con una certeza del 50%, que no es mucho, ¿no?) ¿A dónde irá a parar el Sol? Andá a saber. En el paper de 2013, la simulación mostraba que lo más probable es que terminemos más lejos del centro que ahora (la distancia actual es la línea roja):

 Pero lo interesante sería terminar lejos del disco, para tener una mejor vista, ¿no?

 


Son tres papers los de 2013, todos de libre acceso:

Soh et al., THE M31 VELOCITY VECTOR. I. HUBBLE SPACE TELESCOPE PROPER-MOTION MEASUREMENTS, ApJ (doi:10.1088/0004-637X/753/1/7).

Van der Marel et al., THE M31 VELOCITY VECTOR. II. RADIAL ORBIT TOWARD THE MILKY WAY AND IMPLIED LOCAL GROUP MASS, ApJ (doi:10.1088/0004-637X/753/1/8).

Van der Marel et al., THE M31 VELOCITY VECTOR. III. FUTURE MILKY WAY M31–M33 ORBITAL EVOLUTION, MERGING, AND FATE OF THE SUN, ApJ (doi:10.1088/0004-637X/753/1/9).

El nuevo es: Sawalla et al., No certainty of a Milky Way–Andromeda collision, Nature Astronomy (doi:10.1038/s41550-025-02563-1)